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¿Qué significa la industrialización para el bienestar — y por qué importa?
Por Jenny Larsen
Un informe de la Organización de las Naciones Unidas para el Desarrollo Industrial (ONUDI) muestra cómo el proceso de industrialización está directa y cuantificablemente relacionado con una mejor calidad de vida.
Las naciones más pobres del mundo corren el riesgo de quedarse aún más rezagadas a consecuencia de la crisis económica inducida por COVID-19. Los encargados de la formulación de políticas deben recordar la importancia del desarrollo industrial (SDG 9) para el bienestar de las poblaciones y, por extensión, para el éxito de la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible.
En la actualidad son sólo 63 las economías en el mundo clasificadas como industrializadas, cifra que representa menos del 20% de la población mundial al tiempo que representa la producción de más de la mitad de los bienes manufacturados del mundo. La economía emergente de China por sí sola produce un 30% adicional.
En un contraste sorprendente, los 47 países menos adelantados (PMA), que representan el 13,4% de la población mundial, producen menos del 1% de los bienes manufacturados. Para otros países en desarrollo la situación es sólo un poco mejor, y juntos sólo producen el 2%.
En la actualidad, y como resultado de las continuadas ondas de choque económicas de la pandemia COVID-19, el riesgo es que la brecha se amplíe aún más. El crecimiento de la industria manufacturera en los países menos adelantados casi se ha detenido. Previendo que 2020 será el peor año para la producción manufacturera mundial desde que se iniciaron los registros oficiales, la ONUDI cree que el valor agregado manufacturero (VAM) como proporción del PIB — un indicador clave equivalente a la producción neta de bienes — crecerá en los PMA en un insignificante 1,2% en 2020, comparado con el 8,1% en 2019.
Este dato es clave, porque para los países en desarrollo, y los PMA en particular, el fuerte crecimiento de la industria manufacturera es un motor fundamental del desarrollo sostenible. Y más allá tiene un impacto significativo en el bienestar económico y social de esos países, como demuestra un informe reciente de la ONUDI.
Tal vez esto no sea sorprendente. Sabemos casi intuitivamente que quienes viven en los países ricos e industrializados disfrutan de un nivel de vida más alto y una mejor calidad de vida como resultado de un mayor nivel educativo, una atención sanitaria más avanzada, una mejor cobertura de seguridad social, una mejor red de transporte y el acceso a las nuevas tecnologías.
Pero determinar cómo deben medirse esos indicadores es, en sí mismo, una ciencia inexacta. Los economistas han comenzado a mirar más allá del PIB como un barómetro de la salud económica, y están teniendo en cuenta cada vez más las medidas de bienestar. Estas incluyen los marcos proporcionados por el Índice de Desarrollo Humano (IDH) del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), el Índice del Planeta Feliz, el Informe sobre la Felicidad en el Mundo y el Índice de una Vida Mejor de la OCDE. Pero aún no hay consenso sobre lo que debería incluirse en el cálculo del bienestar, y muchos de los indicadores siguen siendo más subjetivos que empíricos.
El informe de la ONUDI examina los datos de todos los países. Se compara el VAM per cápita — junto con la competitividad medida por el Índice de Rendimiento Industrial Competitivo de la ONUDI — con los indicadores de pobreza, desigualdad, salud, educación, empleo y desarrollo humano. Los resultados proporcionan pruebas estadísticas claras sobre la estrecha relación que existe entre el proceso de industrialización, las condiciones de vida de las personas, y su calidad de vida. Muestran precisamente cómo el 9º Objetivo de Desarrollo Sostenible — el objetivo para el desarrollo industrial — se vincula a una amplia gama de otros objetivos de desarrollo.
De la evaluación de una amplia variedad de indicadores se desprende claramente que los beneficios de un sector industrial próspero van mucho más allá de las meras tasas de crecimiento de los países en desarrollo. Sin un mayor desarrollo industrial esos beneficios seguirán siendo difíciles de alcanzar para millones de personas.
El informe destaca, por ejemplo, el papel fundamental que desempeña la industrialización en el desarrollo humano. Su impacto en el cambio tecnológico y la innovación impulsa las aptitudes y el aprendizaje, permite la creación de bienes esenciales y promueve el cambio social. Si se compara con el IDH del PNUD y el IDH Ajustado por la Desigualdad (2018), se encuentran claras similitudes entre los altos valores de VAM per cápita y los altos valores de IDH, con los países industrializados de Europa y América del Norte a la cabeza y los PMA de África y Asia a la cola.
El informe muestra asimismo el impacto del empleo en el bienestar. Cuando la productividad laboral aumenta, los empleadores están más capacitados para proporcionar trabajos más cualificados y mejor pagados, lo que conduce a una mayor seguridad y protección social para los trabajadores. En muchos países en desarrollo, donde los ingresos son bajos y los empleos se basan predominantemente en la agricultura, estos beneficios no existen. Una consecuencia de ello es que se sigue utilizando el trabajo infantil para cerrar la brecha de los ingresos. El informe de la ONUDI muestra la creciente disminución del trabajo infantil a medida que los países se industrializan.
Además, se sabe que la mejora en el nivel salarial y en el empleo pueden reducir la pobreza y mejorar las condiciones de vida mientras impulsan el crecimiento económico. En los países que se han industrializado, la pobreza, definida como vivir con menos de 1,90 dólares estadounidenses al día (2011, Paridad de Poder Adquisitivo), ha disminuido de alrededor del 10% en las dos últimas décadas a casi cero.
Utilizando el Índice de Pobreza Multidimensional publicado como parte de la serie de Informes sobre Desarrollo Humano del PNUD, que incluye la salud, la educación y el nivel de vida de 100 países en desarrollo desde 2010, la disminución de la pobreza en los PMA a medida que se van industrializando es particularmente notable.
En la educación, que es fundamental para fomentar la creatividad y el espíritu empresarial necesarios para el desarrollo económico sostenible, los vínculos también son claros. Mientras los países se industrializan, aumenta la demanda de personal cualificado, lo que alienta a más personas a recibir la educación necesaria para obtener empleos mejor remunerados. Al mismo tiempo, a medida que mejora el rendimiento del sector industrial, aumentan los ingresos, se pagan más impuestos y se puede invertir más dinero en la educación.
Esto se refleja una vez más en los datos, con una fuerte correlación entre la matrícula neta en la enseñanza primaria y en particular secundaria, y el VAM per cápita y el Indice de Rendimiento Industrial Competitivo. Por ejemplo, en los PMA con un VAM per cápita bajo, la matriculación en la escuela secundaria es menos del 50%, en comparación con más del 80% en los países industrializados (2017).
Antes de la pandemia COVID-19, el progreso hacia los 17 ODS para mejorar la vida de miles de millones de personas en todo el mundo había sido constante pero desigual. Ahora falta una década para que expiren los objetivos, y los impactos económicos y sociales de la crisis amenazan con revertir muchos de esos logros.
La ONU predice que al menos 71 millones de personas podrían caer en la pobreza como resultado del impacto económico de la crisis actual. La interrupción de la educación está exacerbando las desigualdades preexistentes para los pobres, las niñas, los refugiados y otros grupos vulnerables. Casi 24 millones de niños y jóvenes podrían perder el acceso a la educación como resultado de la pandemia, mientras que el progreso en los indicadores de salud, como la reducción de las tasas de mortalidad materna o el control de la propagación del VIH/SIDA, podría descarrilarse.
Con el rendimiento presente, el ODS 9 no cumplirá sus ambiciones. Uno de los objetivos — aumentar significativamente la participación de la industria en el empleo y el PIB y duplicarla en los PMA — parece especialmente difícil de alcanzar, en gran parte debido al estancamiento de la industria manufacturera en las naciones más pobres de África.
Mientras las Naciones Unidas se preparan para examinar el progreso ya realizado hacia los ODS y establecen su visión sobre una década de acción, los responsables de la formulación de políticas deberían recordar lo que podría lograrse impulsando un desarrollo industrial inclusivo y sostenible. También, deben tener presente lo que está en juego en un mundo que sigue lidiando con la agitación económica y social de COVID-19, en particular para los PMA, si la industrialización se estanca.
Lea el informe completo "How Industrial Development Matters to the Well-Being of the Population” en inglés aquí.
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